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Cómo fortalecer el vínculo con nuestros hijos

Son muchas las veces que nos consultan por tips de crianza. Familias emocionalmente desesperadas porque sienten que sus hijos son inmunes a las estrategias que les han recomendado “aplicar” en la crianza. Padres con sentimientos de culpa por las decisiones que han tomado en la forma de criar, juzgándose por no ser capaces de cumplir lo que otros recomiendan y, lo más preocupante, por la sensación que tienen de que sus hijos no confían en ellos.


¿A ustedes también les ha pasado? Si hubiera una manera sencilla de sentirse un poco más seguros con la tarea de ser padres, la disfrutarían más. ¿Creen que la hay? ¡Nosotros sí!

Queremos entonces contarles de algo que permite hablar diferente sobre la crianza, ¿Están dispuestos a mirar el futuro con sus hijos de otra forma y aclarar el panorama? A esto le llamamos VÍNCULO. Imaginen un “hilo” que va de corazón a corazón. Este nace frágil, delgado y delicado, pero con mucho potencial para ser más fuerte y durar toda la vida.

Si decidimos ver la educación de nuestros hijos pensando en el Vínculo estamos siendo más conscientes de elegir qué recomendaciones de crianza seguir y cuáles no se conectan con el bienestar de la familia, así sean las que implementan amigos o conocidos.

Estas son las etapas por las que pasa el “hilo” del vínculo y así vamos a fortalecerlo en cada una:


El embarazo y la vida intrauterina


Todo lo que imaginamos que serán nuestros hijos, es por sí solo, generador de emociones. La madre, mediante su conexión física con el bebé, transmite bienestar. La voz de papá y el apoyo emocional hacía mamá son fuente de tranquilidad para el desarrollo.

Elegir qué leer y qué creer sobre el nuevo rol de padres es indispensable. Por ejemplo, escuchar más a las voces que nos dan calma y rodearnos de información confiable. Investigar sobre las voces que nos generan confusión, para no tensionarnos y tampoco seguir ideas que no nos hacen sentir cómodos.


El nacimiento y hasta los 2 años


El “hilo” al principio está enrollado, necesita más cercanía y a medida que avanza el tiempo, días, meses y años, se irá desenvolviendo para mayor autonomía. Pero este hilo no se debe desenvolver ni muy rápido ya que podría romperse y generar sensaciones de angustia, ni muy lento ya que podría sentirse inseguro. Para crear un ritmo perfecto, les recomendamos iniciar el vínculo con el bebé con prácticas que recuerden la vida intrauterina: Mecer, Abrazar, Sostener. Si como padres nos dedicamos a observar sus señales y a satisfacerlas a tiempo y con respeto, esteremos creando una burbuja emocional donde nuestro hijo sentirá que, en este nuevo mundo, afuera de la barriga, pasan cosas buenas.

Son años de muchos aprendizajes que quedarán sembrados y darán frutos mientras crecemos, por eso el “hilo” del vínculo será más fuerte si los métodos de crianza despiertan buenas sensaciones o podrá debilitarse si estos le provocan llanto prolongado, lo ignoran o sobre-exigen.


De los dos 2 a los 4

Es una edad de muchos aprendizajes. Nuestros hijos ya caminan, se acercan a controlar esfínteres y a hablar. Además aparecen las normas sociales y las relaciones que dan paso a más negociaciones entre padres e hijos. Ellos aprenden de papá y mamá, somos como un espejo donde se reflejan para confirmar si las cosas van bien. Por lo tanto, es probable que nuestros hijos sean tiernos si así somos con ellos o digan mentiras si alguna vez nos oyeron decirlas.

Durante sus luchas de independencia (“rabietas”) la clave está en cómo las manejemos los adultos. Debemos tomarnos el trabajo de conocer tan bien a nuestros hijos, que sepamos cuándo son más propensos a tener un mal momento y evitarlo con alternativas, sin tomarnos personal sus reacciones emocionales. Después de esta maravillosa edad, en la que hemos logrado mantener ante todo el respeto por nuestros hijos, veremos ese “hilo” de mucha confianza.

El trabajo de fortalecer el vínculo es un asunto del presente que se proyecta al futuro y finalmente lo que dejará que nos gocemos la relación padres-hijos, alejándonos de la idea de que la crianza es una lucha de poderes. Si el vínculo está fuerte, la confianza es mutua.

La madre sabe que el hijo hace lo que hace por una necesidad y no por molestarla o manipularla y el hijo sabe que la madre siempre hará lo mejor para él sin necesidad de amenazar su bienestar.

Este vínculo dura para toda la vida, e incluso en la adolescencia, donde confiar en los padres y en sus recomendaciones es fundamental para evitar conductas de riesgo.

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